El Hospital San Juan de Dios de Zaragoza cuenta, al igual que el resto de hospitales de la Orden, con un servicio de atención espiritual y religiosa compuesto por una responsable, teóloga, un capellán y un diácono que permanece durante este año colaborando en el servicio.
Durante la etapa de confinamiento y distancia social que estamos viviendo, hemos tenido restricciones en nuestra actividad debido a los protocolos médicos, que nos han impedido estar físicamente al lado de nuestros pacientes y de sus familias en momentos de sufrimiento y soledad. Pero el SAER, por su condición de servicio transversal y fundamental en la atención integral que postula la Orden juandediana, ha estado en el hospital de diversas maneras, atento siempre a los casos de sufrimiento espiritual y a los procesos de final de vida de la única manera que era posible: en la distancia.
Nunca han faltado nuestras llamadas de consuelo y esperanza, dando ánimo y mostrando agradecimiento a los pacientes y profesionales; se ha continuado organizando actos litúrgicos en la medida de lo posible, y sobre todo, se ha tenido muy presente a todos nuestros pacientes de una forma especial en la oración y en el acompañamiento, cuando éste ha sido permitido, en la figura del diácono, que ha realizado una labor de escucha y compañía impagable.
Estamos deseando todo el equipo poder volver a la normalidad en nuestro trabajo, que no es otro que acompañar en la enfermedad, máxime en estos momentos de gran soledad. La sanación procede de los medios técnicos, pero nunca estará completa si no cubrimos las necesidades espirituales de los que lo necesitan, y son muchos… Aunque la atención espiritual sea la gran invisible en el hospital, nos tienen todos a su lado, siempre.
Mariluz López Mañero, responsable SAER
EL COVID19, UNA EXPERIENCIA EN EL HOSPITAL SAN JUAN DE DIOS-ZARAGOZA
Para evitar contagios en el hospital, la Dirección del mismo realizó un protocolo indicando las normas a seguir. Algunas de estas normas han afectado a la presencia de familiares de enfermos y también a la presencia del Servicio de atención espiritual y religiosa (Saer).
Al inicio de esta situación de pandemia, al no poder ofrecer nuestro servicio como presencia física, la responsable del SAER, con el fin de acompañar a los pacientes, en colaboración con miembros del voluntariado, llevaron a cabo un proyecto que consiste en llamadas por línea del hospital y según el estado del paciente videollamadas vía móvil para hacer sentir más la presencia y cercanía de sus familiares. Ha sido una iniciativa muy efectiva que ha tenido óptimos resultados según los testimonios de muchos pacientes. Esta presencia telemática no podrá sustituir nunca la presencia física del SAER, pero en estos momentos, ha sido una buena opción.
Dentro de la normativa del protocolo, como diácono, he realizado la labor pastoral, visitando a los enfermos de dos plantas del hospital – primera y segunda. Estoy acompañando a tanta gente, que sufren por su enfermedad, gente que ya no desean seguir viviendo, y descubro en el fondo de su afligido corazón un deseo de verbalizar su angustia y su dolor. Se alegran mucho por la visita de alguien que les escucha, alguien que comprende su situación, y ofrece cercanía y amor. Esta es nuestra labor como SAER, procurando tener los sentimientos de Cristo, como lo hizo San Juan de Dios, que se dejó traspasar el corazón con la lanza del amor, que irradió al prójimo, y con especial preferencia a los pobres y enfermos.
Lo que he visto y oído directamente de los enfermos es lo que escribo en estas líneas. Esta generación de personas mayores que llenan hoy los hospitales de Europa y concretamente de España tiene necesidad de Dios porque son los mismos que ayer llenaron las parroquias de ciudades y pueblos, y no podemos pasar de largo ante su dolor y necesidad espiritual. Es verdad que la descristianización se apodera de una gran parte de la sociedad que ha preferido dar la espalda a Dios, pero también es cierto, que otra parte de la sociedad se mantienen firmes en su fe de cara a Dios, y aunque sufran muchos males confían en su amor.
Estoy acompañando a tanta gente, que sufren por su enfermedad, gente que ya no desean seguir viviendo, y descubro en el fondo de su afligido corazón un deseo de verbalizar su angustia y su dolor.
A esta última generación de personas mayores, creyentes o no, es necesario acompañar; y a quienes se manifiestan creyentes ofrecerles también la oración y sacramentos que nutren la fe; que sientan la presencia de la Iglesia y de un Dios misericordioso que no les abandona. He visto que muchos pacientes ingresados en los hospitales vienen de pueblos y comunidades donde han asistido desde siempre a las distintas celebraciones religiosas. Por tanto, es necesario que el SAER les brinde su servicio y sobre todo en momentos difíciles como es el caso de la enfermedad.
He presenciado emocionantes experiencias en pacientes que con lágrimas en sus ojos han agradecido a Dios por una breve visita que hemos podido hacer. Esto es un claro ejemplo de que el servicio espiritual en un hospital es mucho más importante de lo que a simple vista podemos ver. Hago mención del caso de una paciente con 89 años, vivía en casa con su marido inválido, no tuvieron hijos, y hace más de un mes fue ingresada a causa de un ictus. Ella y su marido han sido siempre personas muy creyentes, asistiendo siempre a la eucaristía dominical, con profundo amor a la Virgen y a la Iglesia.
Como lo hizo San Juan de Dios, que se dejó traspasar el corazón con la lanza del amor, que irradió al prójimo, y con especial preferencia a los pobres y enfermos.
En esta paciente, esto se respira y se siente, la fe es contagiosa, este sentimiento religioso es sagrado en cada persona y es necesario cultivarlo, y respetarlo siempre. Me alegro por la labor en los hospitales que han realizado muchos capellanes, que como buenos pastores han arriesgado su vida, acompañando y curando heridas internas de los enfermos. Todo el equipo de asistencia espiritual y religiosa (Saer) está muy atento a las necesidades de los enfermos, ayudándoles humana y espiritualmente en el proceso de su enfermedad y en muchas ocasiones acompañar también el proceso de morir. Nuestra presencia como Saer va orientada también a la familia del enfermo, a través de apoyo humano y cuántas veces también espiritual. Esta presencia del Saer es una presencia callada, silenciosa, de mucha cercanía. Su resultado lo experimentan los enfermos, las familias y los “pastoralistas». El Saer tiene una función también curativa y sanadora.
¡Sabemos por experiencia cuánto contribuye a la salud integral del enfermo!
E. Nahúm Inestroza, diácono.