“Por esos centinelas que no duermen para que el enfermo sueñe que va a despertar sin temerle a su miedo y usando su piel como escudo “
Cuando el mundo oscurece y solo la luna da su luz, en el hospital todo se queda en silencio, y, a las diez de la noche, las puertas se cierran, todo se detiene, solo 28 almas nocturnas baten sus alas por los pasillos, acomodando, y cuidando los sueños de esperanza de los pacientes que pronto se quedaran a oscuras con su disnea, su dolor, sus pensamientos, su ansiedad, su miedo, su insomnio que no se va ni contando ovejas, caballos o elefantes.
Esas almas nocturnas que en una época de pandemia han vestido sus EPIs reglamentarios, y en tiempos duros de escasez han empleado la imaginación, reforzada por esos años de disfraces hechos a sus hijos, han cubierto su cuerpo lo mejor posible y así no contagiar a sus pacientes a su familia y a ellos mismos.
Esas almas han estado ahí, cuantas veces ha sido necesario, en esas habitaciones cerradas, pequeños mundos de sentimientos y de oscuridad, han compartido el tiempo con el paciente hasta que se ha tranquilizado, dormido o exhalado su último aliento. Mientras han sentido el calor, el sudor cayendo poco a poco por todo su cuerpo, el agobio de respirar y hablar a través de una mascarilla, de unas gafas o de una pantalla, mientras pensaba en lo impersonal, que era todo, pero nada les ha impedido, con paciencia, tender esa mano para aliviar la fatiga, mitigar el dolor, el miedo, la soledad, la desazón de ese paciente que se quedó solo sin familia, siendo solo la enfermera, la auxiliar y el celador, la única conexión con el mundo real. Una conexión forjada con los hilos de empatía, ánimo, aliento, sonrisas y guiños, escondiendo tras la máscara el miedo al contagio y haciendo lo que mejor saben hacer cuidar: en la soledad y en el silencio que proporciona la noche, dejando atrás el bullicio y las prisas en el cuidado.
Esas almas han estado ahí, cuantas veces ha sido necesario, en esas habitaciones cerradas, pequeños mundos de sentimientos y de oscuridad, han compartido el tiempo con el paciente hasta que se ha tranquilizado, dormido o exhalado su último aliento.
Y cuando se quitaban los Epis…, en su cara quedaban las marcas de las ffp2, la expresión de agotamiento y de necesidad de respirar aire sin ningún tipo de filtro cerraban los ojos y pensaban que lo habían hecho bien.
“Centinelas nocturnos, anónimos para la luz, almas nobles, cuidar y velar en el silencio en el mundo sin luz, iluminando el rostro de las almas postradas a vuestro cuidado.”
Y siguiendo la canción, ¡bravo! por los centinelas nocturnos de la tercera planta que se mantuvieron al pie del cañón siempre con una sonrisa en la cara (las Laura, Cristina, Marta, Andrea, Noelia, Rocío, Maribel, Juan Carlos), a los centinelas nocturnos de las plantas de convalecencia, siempre atentas a los posibles Covid (las Sonia, Isabel, Maria, Maria, Rocío, Manuela, Milica, Eva, Yolanda), a los centinelas nocturnas de NRRHB (las Natalia, Pilar, Pilar, Tania, Carlos), a las centinelas de UCP que han permitido, dentro de lo posible, que el paciente paliativo no muriera en soledad (las Belén, Merche, Amparo, Raquel, Raquel), y, por último, a los centinelas que han ido de planta en planta cuidando a todos y de todos (los Pedro, Carlos, Paco, Jorge, Rosa ).
Gracias en fin a todos por vuestra labor tan celada y calmada en estos tiempos de compromiso verdadero.
Amparo Secorun
Responsable de Enfermería Noches